La Revolución francesa tuvo entre sus muchas causas un desencuentro entre la clase dirigente y la clase ciudadana. Bajo el mandato absolutista del rey Luis XVI, eran años en los que las deudas asfixiaban al Estado y las malas cosechas mataban al pueblo francés. El ministro de finanzas, Calonne, propuso que la nobleza y el clero pagaran impuestos para no exprimir a la pujante burguesía y a los más pobres. Calonne y sus planes fueron acogidos con burlas por parte de la alta nobleza, creyentes de Dios y de su sangre casi divina. Necker sustituyó a Calonne en el cargo.
En esta situación llegó Francia a los Estados Generales de 1789, una reunión de más de un millar de diputados que representaban a los tres Estados o estamentos de la sociedad francesa. Los representantes del Tercer Estado, entre los que se encontraban personajes históricos como Sieyes, Roberspierre o Mirabeau, llevaban meses recogiendo las quejas de toda Francia y esperaban ser escuchados por nobleza y clero, quienes sólo representaban el 3 % de la población.
No fue así. La principal queja de los diputados del Tercer Estado era que el sistema de voto de aquella reunión era abiertamente injusto con tan solo un voto por Estado. Con la nobleza y clero de la mano -a pesar de que muchos sacerdotes y algún noble digno de su nobleza estaban del lado de los ignorados- la situación parecía clara: se mantendrían los privilegios de los dos estamentos y los burgueses seguirían siendo exprimidos a impuestos por el Estado.
Fue entonces cuando, en un acto histórico y lleno de valentía, el Tercer Estado abandonó la lujosa sala de Versalles donde tenía lugar la reunión y marchó a un frontón cercano donde conceptos como soberanía popular eran palabras bienvenidas. El rey ordenó disolver aquel nuevo invento pero el Tercer Estado se mantuvo firme. Mirabeau expresó el sentimiento que invadía a los históricos diputados con una frase:
"Estamos aquí por la voluntad del pueblo y sólo saldremos por la fuerza de las bayonetas"
Aquellos diputados insurrectos habían cambiado la Historia. Tras la negativa,el rey Luis XVI forzó a los privilegiados a reunirse con el Tercer Estado en una Asamblea Constituyente. El resto de la Revolución es bien conocido.
¿Queda algo de aquello?
No hace falta ser un lince para ver que la clase política de este país vive desde hace tiempo en el descrédito. Ha sido un proceso imparable desde aquella mentira llamada Transición. Sencillamente, los políticos están muy alejados de la realidad social y ciudadana. A una serie de impresentables privilegios de tipo económico -de qué tipo si no- se está uniendo en los últimos tiempos un comportamiento ético-profesional repugnante. Me explico. Desde que tengo uso de razón, soy consciente de vivir en un país donde a la ciudadanía no le importa en exceso que la clase política esté corrupta. Como un cáncer benigno, casi innato en un sistema democrático. Ocurría con el PSOE de Felipe. Y es que, si bien aquella generación de políticos se ha demostrado incompetente y arribista, se les toleró por que se venía de una dictadura. Algunos de ellos eran incluso gente brillante. Gente capaz de camelar a toda una nación que estaba siendo engañada.
Sin embargo, lo de ahora es aún peor. Son tantos gestos indignos que me es imposible enumerarlos. El más cercano el de ayer de la diputada hija de un franquista corrupto y orgulloso como Fabra. Ver a un partido político que ha ganado en silencio unas elecciones por mayoría absoluta, cuyos diputados muestran una falta de cultura y respeto hacia las instituciones que representan está empezando a cabrear a mucha gente. Llevan mucho tiempo jugando con fuego. Claro que los que se sientan en sus cómodos escaños no saben lo mudos que nos sentimos algunos. La Historia nos ha enseñado que cuando la ciudadanía es despreciada por las clases dirigentes acaba por rebelarse para hacerse escuchar. Claro que ellos desconocen quién fue Mirabeau y contra quién se enfrentó un hermoso día del verano de 1789.
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