Cuando el plazo para volver a
intentar formar gobierno apenas supera los 30 días, el Partido Socialista
Obrero Español se encuentra sumido en una crisis sin precedentes, provocada por
las incendiarias declaraciones de Felipe González, según las cuales Pedro
Sánchez habría faltado a su promesa de abstenerse en el segundo intento de investidura
de Rajoy. El rechazo del histórico dirigente (principal representante junto a
Susana Díaz, Cebrián y El País de una suerte de vieja guardia socialista que
nunca ha visto con malos ojos apoyar de forma tácita un gobierno del PP), ha desembocado en 17 dimisiones del sector crítico en la ejecutiva,
que no pretenden sino la salida de Sánchez. El todavía secretario general,
sabedor del apoyo que le profesa la militancia, ha mantenido su intención de
convocar unas primarias para noviembre en el Comité Federal del próximo sábado.
Tenemos, pues, un cisma que amenaza con sedimentar en una irreversible
degeneración del partido que podría alcanzar su cénit (o tocar fondo, según se
mire) en la pasokización*.
No hace falta explicar por qué la
guerra interna que se respira en el seno del que haya sido el
principal partido del llamado régimen del 78 supone per se un momento histórico
de vital importancia política más allá de Ferraz. Conviene analizar bien las
causas de la encrucijada socialista y preguntarse qué clase de escenario cabría
esperar de confirmarse el óbito del puño y la rosa.
El Partido Socialista se ha
constituido históricamente como la columna vertebral del sistema político
naciente del final de la dictadura franquista. Tras la liquidación de Llopis y demás líderes históricos en el Congreso de Suresnes, la posterior renuncia al marxismo en 1979, y encabezado por el carisma y el
atractivo de González, supo transmitir cambio y seguridad en el marco de la
transición, donde el miedo fue un actor a tener en cuenta (sobre este tema, conviene
leer El PCE y el PSOE en (la) Transición,
de Juan Andrade). Una vez en el gobierno, supo aglutinar las demandas de una
clase media incipiente, supo encarnar la modernización que desprendía la
entrada en Europa y supo ser la organización que más se parecía a España. Y,
por supuesto, supo ocupar el hemisferio izquierdo de un bipartidismo que
prosperó años y años, acercándose a la perfección en la segunda legislatura de
Zapatero, en la que los dos partidos del turno sumaban alrededor del 85% de los
votos. Como poli bueno, como centro izquierda del régimen, el PSOE siempre ha
sido concebido en el imaginario colectivo como una fuerza progresista y más o
menos de izquierdas, algo totalmente incompatible con las políticas que tradicionalmente ha llevado a cabo.
No obstante, hay que reconocer que la farsa funcionó más de lo deseable: el tan
manido “PSOE y PP, la misma mierda es”, la idea de que desde Ferraz se
defendían los mismos intereses que desde Génova, no empieza a calar en un sector
amplio de la población hasta el 15M.
Unos años antes, la crisis
financiera de 2008 había empezado a poner en evidencia las muchas
contradicciones que llevaba cabalgando durante mucho tiempo el partido
socialdemócrata. Es en ese periodo donde se percibe de forma cristalina la
imposibilidad de realizar políticas redistributivas en una Unión Europea tan
neoliberal que no tolera ni el reformismo, la destrucción de las expectativas
de vida de las clases medias, la sumisión de Zapatero y de sus homólogos
europeos a las exigencias económicas de la Troika y la formación de un
escenario post-político en el que prima la gestión racional de lo público sobre la ideología, las pasiones o los proyectos de país. A esta serie de
problemas, perfectamente extrapolables a las democracias del entorno, hay que
sumar un elemento que, de momento, sólo ha acontecido en España (y, algo antes,
en Grecia): la aparición de un partido que amenazaba con tomar desde la
izquierda el viejo espacio socialdemócrata. Un partido cuya juventud, maneras
rompedoras e impía naturaleza constataban por contraste el cansancio, la vejez
y la ausencia de ideología del PSOE.
Todo esto iba a poner sobre la
mesa una verdad demoledora: en lo fundamental, conservadores y progresistas están
siempre de acuerdo. Todo esto es lo que ha estallado en el seno socialista y lo
que ha certificado la existencia de dos almas dentro del partido: una
socioliberal, arribista, con alma de régimen, pocos escrúpulos y nulas
convicciones políticas, representada por la citada vieja guardia, para la que
hasta Pedro Sánchez (o, en el pasado, Josep Borrell) supone un peligro. Otra,
supuestamente progresista pero algo ingenua, siempre engañada y traicionada por
la cúpula, encarnada tradicionalmente en la militancia. No obstante, convendría
no idealizar a esta última como se ha hecho muchas otras veces, ya que ni por multitud
(menos de 200.000 militantes en todo el Estado) ni por ideología ha demostrado fuertes
convicciones reformistas. No olvidemos que esa misma militancia votó al
desconocido pero apuesto Pedro Sánchez antes que a Pérez Tapias, el candidato de las
últimas primarias que más podría merecer el calificativo de socialdemócrata. Ni
que el propio Sánchez prefirió y preferiría gobernar con Ciudadanos antes que
con otras fuerzas más progresistas. Además, sería demasiado benévolo para con
el PSOE dotar a esta lluvia de cuchillos de honroso contenido ideológico cuando
realmente sólo hay voluntad de poder y poltrona. El problema fundamental, lo
único que realmente importa, es que las históricas incompatibilidades entre apariencias
y acciones del partido que fundara Pablo Iglesias Posse han estallado como nunca antes.
Y que, en segundo plano, aguarda paciente una joven organización dispuesta a
rentabilizar lo que puede ser la defunción socialista.
El regalo envenenado de Podemos
Resulta extremadamente complicado imaginarse esta
inestabilidad sin el incesante empeño que ha puesto Podemos desde
su nacimiento en dinamitar las contradicciones del PSOE. Como se ha dicho anteriormente, la formación púrpura siempre
ha aspirado a invadir el espacio electoral y político ocupado desde hace
décadas (desde la transición, principalmente) por socialistas, por lo que provocar
y ahondar en esa inestabilidad se presentaba imprescindible. No es ningún
secreto que Pablo Iglesias Turrión y los suyos hayan teorizado una
y otra y otra
y otra vez sobre la ventana de
oportunidad que florecía para la izquierda transformadora a tenor de la crisis
de la socialdemocracia europea en general y del partido de Ferraz en particular.
Una vez conseguida la irrupción
en las Cortes Generales, poco iba a tardar ‘Coleta Morada’ en advertir a Pedro Sánchez de la particular espada de Damocles
que pendía sobre su testa. Desde el primer momento, Podemos mostró su deseo de
formar un gobierno de progreso y alternativo a Rajoy junto a socialistas y
otras fuerzas del cambio. Para muchos era un enésimo y traicionero paso hacia la
moderación de Iglesias y los suyos. Para otros (a los que hoy el tiempo parece
dar la razón), un mefistofélico farol, una oferta que Sánchez no podía aceptar. La
insistencia de Iglesias y los suyos no hacía sino acercar al PSOE a una
encrucijada, hacia un punto de no retorno. Sánchez tendría que tomar partido
entre el PP y Podemos, tendría que posicionarse en clave de régimen o abrazar
unas políticas de izquierda que un sector importante de su partido jamás consentiría. Optó por ganar tiempo: lo intentó con Ciudadanos, huyó hacia
adelante como pudo… pero su firmeza en el ‘no’ a Rajoy ha terminado por hacer
insostenibles las tiranteces entre secretario general y barones. Si el objetivo de
los púrpuras era efectivamente incendiar Ferraz, el resultado es
incuestionable.
En definitiva, el panorama se
presenta desolador para los socialistas, tanto si la vieja guardia termina por
tomar las riendas como si Sánchez consigue salir con vida de la feroz caza de
brujas a la que se enfrenta estos días. Si bien en otras ocasiones
(principalmente en los últimos años) se ha anunciado antes de tiempo el hundimiento
definitivo, ni los más veteranos recuerdan una inconsistencia semejante en el
seno del partido. En cualquier caso, los enemigos de la oligarquía (y por ende
del Patido Socialista Obrero Español) bien podemos sentarnos y disfrutar viendo
cómo arde un órgano importantísimo del régimen.
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*'Pasokización' es un término proveniente del hundimiento electoral del Movimiento
Socialista Panhelénico o PASOK, considerado históricamente el homólogo griego
del PSOE, que se ha convertido en los últimos años en una fuerza residual en
detrimento de Syriza. La pasokización ha sido siempre un objetivo capital de
Podemos en su lucha por ocupar el espacio tradicional socialdemócrata.
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