jueves, 21 de septiembre de 2017

Breve reflexión sobre Catalunya


Todavía les queda mucho por andar y es cierto que hoy el futuro es siempre incierto e inseguro, pero el pueblo catalán ha conseguido de momento hacer quebrar moralmente todo un orden legal y político corrupto incapaz de adaptarse a la voluntad del pueblo. El pueblo catalán lleva cinco años pidiendo aclarar su relación jurídica con España mediante un referéndum, tal y como hicieran hace tres años los escoceses con respecto al Reino Unido.

Lo que en Londres se consintió y promocionó como talante democrático de un país de tradición tolerante, en Madrid no puede siquiera concebirse. El otorgar a los catalanes el derecho a decidir sobre su futuro haría quebrar la ideología más rancia y siniestra de la tradición política española, aquella que considera Catalunya como "tierra conquistada", en palabras del ministro franquista Manuel Fraga Iribarne. Es esta una ideología fuertemente autoritaria y antidemocrática que remite ineludiblemente a los 40 años de dictadura franquista cuya barbarie no consiguió exterminar los sentimientos nacionales de las periferias peninsulares, especialmente en el caso vasco y catalán.

La Constitución del 78 y el régimen político emergente entonces obtuvo más de treinta años de estabilidad territorial gracias a la derecha nacionalista catalana y a la útil herramienta de los Estatutos de Autonomía. De hecho, el Procés empezó realmente en 2010, cuando el Tribunal Constitucional resolvió tumbar de manera humillante el nuevo aprobado en Catalunya en 2006. Más de un millón de catalanes se manifestaron entonces bajo el lema "Som una nació". El Tribunal Constitucional acababa de desatar la peor crisis territorial de la España democrática.

Desde Madrid se sigue apostando por el enfrentamiento abierto contra Catalunya, como si quisiera tensar la cuerda hasta que el bando más débil desfallezca de cansancio. Y, aunque esta actitud le cueste el ridículo internacional, no parece que vayan a cambiar de estrategia, habida cuenta de lo bien que le ha venido siempre a la derecha española encontrar un enemigo interno en sus propias fronteras.

Lástima que en l resto de España no se haya aprovechado el impulso rupturista catalán para proppugnar n mayor radicalismo democrático que cambie la cara al país y lo haga más acogedor para las nacionalidades periféricas. Claro que resulta difícil luchar por ello cuando uno pone la radio estos días y cree estar escuchando el NO-DO.