martes, 24 de octubre de 2017

La Revolución de 1905, el principio del fin del zarismo

El Zar dejará de ser sagrado para el pueblo ruso tras el Domingo Sangriento.
La autocracia es una forma de gobierno que ha muerto. Para sostenerla es preciso emplear todos los medios de violencia, la vigilancia policíaca más activa y severa que antes, los suplicios, las persecuciones religiosas, la prohibición de libros y de periódicos, la deformación de la educación, y en general toda clase de actos de perversión y crueldad. Tales han sido hasta aquí los actos de vuestro reinado.  
                                            Carta escrita por Leon Tolstói al zar Nicolás II en 1902
A principios del siglo XX, la Rusia del zar Nicolás II era un gigante con pies de barro. Hacía tiempo que había perdido la preponderancia militar que le había convertido en la policía de la Europa revolucionaria de mediados del S.XIX –la derrota en la Guerra de Crimea (1853-1856) había evidenciado este hecho además de detener en seco sus aspiraciones imperialistas–; su escasa industria dependía absolutamente del capital extranjero –especialmente del francés–; no poseía una clase media fuerte y numerosa que constituyera una sociedad civil parecida a las de Europa occidental sino que era un país eminentemente campesino y pobre; la política seguía marcada por la figura absoluta del Zar, muy ligada a la Iglesia ortodoxa, al antisemitismo y a un atávico desprecio a todo lo que significara progreso para el pueblo.

Desde finales del S.XIX, se habían hecho enormes esfuerzos por industrializar el país al precio que fuera necesario, especialmente aquello que tuviera que ver con las vías de comunicación –la red ferroviaria se duplicó en 15 años– y las industrias del metal que facilitaran el desarrollo del tren y de la industria armamentística. La industrialización fue escasa proporcionalmente hablando –el 80% de la población continuaba trabajando la tierra– pero tuvo ciertas consecuencias importantes para el país.

Por un lado, Rusia contaba con algunas de las industrias punteras, aunque muchas de ellas estuvieran fuertemente capitalizadas por financieros extranjeros. Eso equilibró la autoestima nacional lo suficiente como para afrontar la guerra ruso-japonesa a principios de 1904, que terminaría siendo un auténtico desastre para los intereses de la Rusia imperialista, amén de una soberana humillación para el país. Una "raza inferior" les había derrotado con suma facilidad en lo que se denominó "el fin del mito del hombre blanco". El conflicto sería una de las chispas de la Revolución de 1905. Pero para que aquello ardiera hacía falta algo más que una chispa, era necesario un pueblo deseoso de cambios.

Caricatura rusa de la guerra contra el Japón.
Y aquí hay que explicar otra consecuencia obvia de la industrialización: el surgimiento de una clase obrera joven y con una notable cultura de lucha ante un régimen despótico y su enorme aparato represivo, la Ojrana, la policía secreta zarista. Aunque aparentemente era la clase media liberal la que parecía promover más que nadie reformas políticas, pronto se vio que la clase obrera de San Petersburgo, Moscú o Ucrania era mucho más punzante en su lucha.

El Domingo Sangriento
La situación política había ido ganando en tensión a medida que las derrotas militares llegaban una tras otra –especialmente la pérdida del estratégico puerto de Port Arthur en diciembre de 1904– y las protestas crecientes de los obreros de Petrogrado (San Petersburgo) ante los despidos de cuatro obreros en la fabrica metalúrgica Putílov (este nombre será importante en 1917). Ya el 3 de enero de 1905, la clase obrera muestra claramente su verdadero potencial sacando a al calle a más de 100.000 personas.

Sin embargo, hay que subrayar que el movimiento revolucionario estaba todavía muy verde en algunos aspectos. Poseía todavía un toque cándido e ingenuo que limitaba su alcance. De hecho, el primer líder del movimiento es un antiguo capellán de prisiones de nombre Gueorgi Gapón, quien se horrorizaba al ver propaganda anti-zarista entre algunos de los obreros que protagonizaban las protestas. El 9 de enero tiene lugar el famoso Domingo Sangriento. Una enorme masa se reúne a primera hora de la mañana con la intención de marchar hacia el Palacio de Invierno. Las pancartas y peticiones de la manifestación le piden al Zar protección ante la vida inhumana que lleva la mayoría del país. Se cantan canciones y se refieren al Zar como "Padrecito".

Pintura que representa el Domingo Sangriento.
La respuesta del Zar será necia, violenta y repugnante. Primero, la caballería cosaca carga contra los hombres, mujeres y niños allí congregados. Luego, con los manifestantes disueltos y asustados, los soldados desenfundan sus armas y disparan ráfagas de balas. Muchos caen muertos en esas andanadas aleatorias, otros tantos  son acorralados y disparados a sangre fría.

Más de mil personas murieron aquella triste mañana del invierno gélido de Petrogrado. Con ellos, murió también el respeto religioso que el pueblo ruso sentía por el Zar. Aquel ser humano estúpido y gris que fue siempre Nicolás II había puesto sin saberlo la semilla de su propia aniquilación como monarca y parásito de Rusia. Su ineptitud le jugaría muchas malas pasadas en el futuro.

El revolucionario año 1905
El propio Gapón exclamará aturdido "¡No tenemos zar!" tras la masacre. Gapón sigue siendo un personaje controvertido, pues se sospechaba que podía ser un agente provocador, uno de tantos que la policía zarista colocaba en los movimientos políticos de oposición. Morirá a principios de 1906 asesinado por un antiguo compañero de luchas. Pero su liderazgo hacía tiempo que había muerto. Tras el Domingo Sangriento, el país se ve sacudido por huelgas y protestas de obreros industriales, tenderos, empleados del sector terciario e incluso campesinos. Es una revolución transversal, aunque no conseguirá derrocar al Zar.

Además, la reacción se activará desde bien pronto. De un lado, los liberales abandonan rápidamente la lucha y se acabarán conformando con unas pocas reformas. Por otro lado, la extrema derecha ultra zarista se organiza en torno a las Centurias Negras, grupos protofascistas marcados por el fanatismo religioso y que acostumbran a protagonizar pogromos en las zonas suroccidentales del país. Miles de personas son asesinadas por estos fanáticos.

El 13 de octubre tiene lugar un hecho que tendrá trascendencia histórica, el nacimiento del soviet de San Petersburgo, que paralizará a la ciudad casi por completo. Este soviet (que significa consejo en ruso) elegido por los obreros está compuesto por políticos eseristas –Partido Social Revolucionario con fuerte implantación en el campo–, mencheviques y bolcheviques –dos fracciones pertenecientes al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Este hito no tendrá mucho recorrido en 1905 pero sentará un precedente indiscutible, además de presentar al país a Lev Bronstein, un revolucionario judío que será conocido más tarde como León Trotsky.

El joven Trostky tenía 26 años en 1905
De momento, los partidos obreros creen que el país no está preparado para una revolución proletaria, aunque hay una diferencia entre mencheviques y bolcheviques a este respecto. Mientras que los mencheviques optan por ceder el liderazgo del momento histórico a la burguesía liberal, los bolcheviques, liderados intelectualmente por un exiliado como Lenin, creen que el liberalismo y la burguesía rusa es débil y cobarde por lo que deberá ser el proletariado quien lidere el proceso y busque alianzas con el campesinado en lo que Lenin denomina "dictadura revolucionaria-democrática del proletariado y el campesinado". Una fórmula un poco recargada por el momento.

El 17 de octubre, el zarismo publica el Manifiesto de Octubre. Es un pequeño guiño a los liberales y conservadores ya que concede poderes legislativos a la Duma, el Parlamento ruso, y amplia el sufragio a ciertos sectores de clase obrera. El Partido Constitucional Democrático nace en este contexto y se convertirá en el partido liberal por excelencia. Se les denominará como kadetes y pronto se adherirán a la nueva monarquía constitucional, una simple y pobre fachada de democracia para el agrietado edificio del zarismo.

La Revolución de 1905 morirá a finales de diciembre en un Moscú insurgente y alzado en armas que será finalmente sometido. Enero del 1906 verá la represión gubernamental, pelotones de fusilamiento y varios miles de muertos.

La Rusia que cambió para siempre
Los años posteriores a 1905 son duros para las fuerzas revolucionarias. Aunque inicialmente la Duma funciona con cierta regularidad y en ella se puede encontrar a miembros de los partidos obreros, la violencia del gobierno contra las masas de campesinos y obreros no cesará. De hecho, el Zar coloca como primer ministro a Piotr Stolypin, un conocido verdugo durante la Revolución de 1905. Stolypin será asesinado en 1911 por un radical pero antes tendrá tiempo para manipular la Duma, perseguir a la izquierda e iniciar su más importante obra: la reforma agraria con la que quiere modernizar el campo.

Piotr Stolypin será primer ministro ruso de 1906 hasta su asesinato 1911.
La reforma aspira a introducir las dinámicas capitalistas en un entorno hasta entonces ajeno a ellas como era el campo ruso, que todavía concedía gran importancia a la propiedad comunal, mucho más protectora para los pobres campesinos. Stolypin quiere crear una cierta clase propietaria en el campo, algo que conseguirá a medias ya que, si bien algunos agricultores se apropiarán de ciertos lotes de tierras, la mayoría seguirá siendo extremadamente pobre. Estas masas pobres y ahora desprotegidas generarán una nueva oleada de inmigración hacia las ciudades industriales y acabarán engrosando las filas del ejército para la carnicería que se avecina en el horizonte: la Primera Guerra Mundial. La jugada de Stolypin tendrá efectos contraproducentes.

Mientras tanto, las organizaciones obreras pierden fuelle. Con la mayoría de sus militantes más valiosos en el exilio o en Siberia, los bolcheviques pierden militantes a gran velocidad y, con ellos, la capacidad de iniciar huelgas y protestas en el seno de Rusia. Los socialdemócratas moderados, los mencheviques, empiezan a coquetear con la idea de participar en un gobierno con la burguesía. La tercera gran fuerza de izquierdas, los eseristas, sigue afianzando sus bases en el campo gracias a la herencia de los famosos narodniks, populistas de ciudad que desde varias décadas antes habían marchado a entornos rurales para forjar la alianza campesinado-clases liberales urbanas.

Los eseristas bebían ideológicamente de aquellos narodniks y de la inteligentsia urbana, las escasas clases cultas que estaban dispuestas a que las condiciones de vida del campesinado mejoraran, algo muy raro entre las clases dominantes rusas. De esas corrientes políticas llegaron a surgir experimentos terroristas como Naródnaya Volia (La Voluntad del Pueblo), que asesinaron al zar Alejandro II en 1881. En 1887, un grupo heredero de Naródnaya Volia intentó ajusticiar a Alejandro III sin éxito. Los integrantes del comando fueron ahorcados inmediatamente. Uno de los activistas tenía como nombre Aleksandr Uliánov, hermano de Lenin, que por entonces tenía 17 años. Aquello le marcaría de por vida.

Aleksandr Ulianov, hermano de Lenin
Lenin siempre simpatizará con aquellos utópicos narodniks aunque cuidará mucho de no cometer sus errores. Lenin aspira a construir una herramienta más vanguardista y amplia que sea capaz de movilizar a las masas en un momento dado, algo que asustaría mucho más al sistema que grupúsculos de jóvenes populistas con tendencias magnicidas.

Rusia hacia la carnicería
En 1912, en una mina de oro de Siberia tiene lugar una horrible matanza de huelguistas que deja 270 muertos. Las peticiones de los mineros eran la jornada de ocho horas, mayores salarios y mejores condiciones en la mina. La compañía británica propietaria de la mina será la responsable de dar la orden de la masacre pero las consecuencias de dicha barbaridad las sufrirán en San Petersburgo, pues una nueva oleada de huelgas y protestas sacuden los centros industriales del país. En 1914 parece que puede volverse a armar un movimiento revolucionario fuerte pero, en el momento preciso, va a iniciarse la Primera Guerra Mundial.

El conservador Piots Durnovó advierte a quienes creen que el conflicto es un salvavidas infalible para el establishment zarista: "Si la guerra va mal, habrá revolución". El despliegue de propaganda probélica inundará el continente arrastrando con él a las socialdemocracias europeas, incluyendo a la más poderosa, la socialdemocracia alemana. En Rusia también se va a revelar el carácter poco racional de diversos símbolos de la izquierda. Desde el emergente populista Aleksandr Kérensky hasta el viejo marxista Plejánov pasando por el brillante ácrata Piotr Kropotkin, casi toda la izquierda aceptará aquella carnicería humana. Los bolcheviques y los mencheviques internacionalistas se opondrán a ella.

Sin saberlo del todo, la Rusia zarista se encamina a una masacre que destruirá su ejército y sembrará de rebeldía a los millones de soldados del frente, jóvenes sacados a la fuerza del campo para combatir en una guerra que no entienden bajo el estandarte de un Zar al que ya no profesan más que odio. El país está a punto de quebrarse y el zar Nicolás II y los círculos de la alta nobleza comparten confidencias con un curandero maldito por el demonio venido de la Rusia profunda llamado Grigori Rasputín. ¿Qué podría salir mal en la corte de Petrogrado?

Rasputín representa la decadencia de la casa Romanov. Había entrado en el corazón de la corte para curar mediante extraños hechizos al hijo de Nicolás II, enfermo de hemofilia. Con el tiempo, Rasputín se convertirá en un ser venerado por los círculos palaciegos gracias a su extraño carisma y la necedad de sus valedores. El desaliñado Rasputín es un borracho de la Rusia profunda que consigue seducir a la propia zarina Alejandra y a muchas otras mujeres de la alta sociedad, que le prestan favores sexuales. Sin embargo, con el paso de los años, poderosos círculos políticos le tomarán un intenso odio por lo que su figura tiene de apología del eterno retraso ruso. Conspirarán para asesinarlo en el frío diciembre de 1916 poniendo fin a una de las biografías más misteriosas e insólitas de la época.

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